Todos tenemos algún secreto, hay muchos tipo de secretos...

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domingo, 22 de noviembre de 2015

Hasta que haga sangrar las rosas.

Siempre supe que los caminos de rosas tienen espinas todo el año y pétalos sólo en primavera.
Siempre supe que quizás era un camino demasiado oscuro para verlo con claridad tras mis ojos negros, siempre supe que las balas queman tanto al dispararlas como al sentirlas en la piel.
No puedo fingir sorpresa por estar al borde del ataque en cada abismo, no puedo amarrarme al miedo porque no tengo ese tiempo, no puedo pintar de colores el mundo que me rodea porque la sangre no salta de las paredes.
La primera vez que apunté con una pistola a alguien mirarle a los ojos era inevitable, sufrir su dolor, su miedo y su odio, también.
Pero no puedo fingir que me lo pensé. No soy esa clase de personas, que fingen ser mejores de lo que son, que han estado toda la vida escalando una montaña que termina en las nubes.
Recuerdo la primera vez que intenté salir de aquí, el corazón me iba tan rápido que oía los latidos con la fuerza de una bomba, no me rendí, porque hasta la muerte rendirse no tiene sentido.
Ya no me miro en espejos, ya no me planteo qué está bien y qué no lo está, ya poco importan los besos que di y los monstruos que intenté matar, ya poco importa lo que conseguí y lo que jamás llegue a tener.
Porque ahora sólo me importa acabar con todo aquello que quiere acabar conmigo.
Ya no escucho al miedo, la muerte está ahí, pisando mis talones y haciendo eco en mis palabras.
Ya no me da miedo, que llegue cuando tenga que llegar, que lo mucho o poco que consiga hasta ella, será suficiente para condenar mi alma al olvido.
Poco pueden hacer el alcohol, las heridas, el amor, y la esperanza para mí.
Duermo bajo la Luna, respiro el negro humo de la apatía hacia la vida.
Y es que ni a nadie le importa la Luna, ni a la Luna le importa nadie. Y bien que sigue ella ahí, arriba, protegida por las estrellas y brillando en la inmensa oscuridad.
¿Por qué he de rendirme yo ahora, en medio de está oscuridad y este caos? ¿Por qué he de llorar ahora por algo que se me impuso y no se podrá arreglar, por qué he de aceptar lo que me arrebataron como otra fase más de la vida? ¿Por qué he de rendirme a la muerte sólo porque me siga en cada paso y se lleve a todo lo que he tenido y querido en cada momento?
Si el proverbio dice que cuánto más grande es el caos, más cerca está la solución, la solución debe estar en mi arma y en la bala que nunca me quitaré del pecho.
Ni me voy a rendir, ni voy a dejar que piensen que me rendí.
Las rosas que cubren camas sólo dan esperanzas a base de pinchazos, no quiero rosas, no necesito pétalos para curarme las espinas que ellas me han clavado. ¡Arrancaré las espinas, acribillaré las rosas, acabaré con los jardines afilados, moriré entre espinas, pero, a quién le importa dónde morir si ya estás muerto!
¿A quién le puede importar las espinas teniendo una bala clavada en el pecho?
No seré yo, no seré yo quien huya de las espinas.
Que les den, que se mueran todas las rosas.



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