Todos tenemos algún secreto, hay muchos tipo de secretos...

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martes, 8 de abril de 2014

Te despido con lágrimas que saben a rencor

-¿Se muere?
Me preguntó susurrándolo casi para ella misma.
Todo iba tan rápido que no me importaba el agua, y mis ojos empezaron a inundarse lentamente al ritmo de mi respiración. -Se muere ¿verdad?- Esta vez si me lo preguntó a mí aunque seguía sin apartar su mirada de la sangre. -Dios mío, se está muriendo, ¿Se está muriendo?- Y giró su pálida piel como pintada por un niño por el rosa más fuerte de la caja de pinturas. Y yo seguía sin saber que responderle, y asentí lentamente intentando no hacer ruido, llorando más por ella que por mí. 
-No, no, no, no-. Seguía diciendo mientras se derretía en su vestido de Dior, como la bailarina del cuento, la sangre era el fuego, y ella caía en su interior. 
Vi como se hundía en su dolor. Como desaparecía entre sus joyas de Cartier, me sentí miserable, peor que un desgraciado, porque pensé si se las quito ahora, quizás pueda correr, desaparecer y nunca me encontrarían, como si esto nunca hubiera pasado.
Como si él no hubiera muerto. Como si nadie hubiera muerto.
Y me arañé efusivamente para quitarme esa idea de la cabeza, hasta que noté sus ojos de diamante negro mirándome asustada, a veces olvido dónde estoy.
Me agaché junto a ella, y la rodeé, quería decirle que lo sentía, pero ella no me veía, se estaba apagando y muriendo, se estaba deshaciendo como roca en el mar. Y, aunque me temblaban las piernas y seguía pensando en sus joyas, sus ojos fueron más fuertes que yo.
La levanté mientras temía que dejara de respirar, que se asustara o me echara en cara su muerte. Se me olvidó todo cuando me fije en la sangre. 
Me olvidé del dinero, del poder y hasta de mi nombre.
Teníamos que dejarlo ahí, sangrando como un globo pinchado, esperando que no estuviera sufriendo. 
Por fin vino el gorila disfrazado de traje saliendo de su trance de felicidad, superioridad y relajación.
Cogió a Madamme y la guardó como un tesoro detrás del largo coche.
Me gritaba. Sal de tu trance, me decía a mi misma. Me llamaba -¡Corre Mademoiselle, entra!
Y sí, corrí, me fui corriendo hacia el sur, porque mi sangre siempre tira hacia el sur. Y olvide que nuestras sangres seguían esparcidas por mi cara y mi ropa, tenía miedo pero seguí corriendo mientras el viento azotaba mi piel hasta que caí de bruces, me giré para poder mirar al cielo gris como mi alma, triste como mis ojos, y pensé en Mademoiselle.
En lo que había sido, en lo que me había convertido. 
Me escondí entre cartones refugiándome del mundo, y me dormí pensando en cómo matar, en cómo hacer desaparecer a Mademoiselle.
. Para siempre.

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