Todos tenemos algún secreto, hay muchos tipo de secretos...

Todos tenemos algún secreto, hay muchos tipo de secretos...

jueves, 30 de enero de 2014

Si por lo menos el efecto del alcohol fuera eterno...

Me siento un gigante en un mundo cada día más pequeño, una alcohólica en un mundo lleno de cocainómanos, pérdida en un mundo lleno de flechas, siento que mi alma se pega a las paredes pero no a mi piel, ella, pastosa y oscura. Con su fuerte olor a whisky barato.
Lo mas preciado que tuve, lo perdí y ni siquiera sé porque sigo despertando cada mañana... ¿Para derramar más tequila, quemar más vaqueros gastados y llorar sin lágrimas y en silencio? 
Llorar desde dentro, aguantando la respiración, que es como mas duele, cuando notas como el corazón se desangra. Y cojo fuerzas del fondo de la botella, de la oscuridad de mis mantas, del fuego de las velas.
Se me olvidan los porqués y se me atragantan las preguntas con la cena en la garganta mientras las vomito junto a mis penas en un sucio váter de porcelana amarillo, y caigo, allí dormida, rendida, y me despierta el beso del suelo frío y rosado, manchado. A veces esos besos me dejan marcas de pintalabios rojo líquido y cremoso.
Y debe ser channel porque necesito mucha agua para que deje de marcarse en mi piel.
Y es que soy un pez nadando en una bolsa pinchada, el agujero es pequeño y la vida demasiado larga.
Y sé que viviré muchos años porque mala hierba nunca muere, pero solo hace que la vida me parezca una espiral interminable.

lunes, 27 de enero de 2014

¿Por qué una canción puede doler?

Esa canción en mi cabeza resuena todo el tiempo, sus agudos me rompen los oídos, sus graves me retumban hasta el estómago. No recuerdo haberla escuchado nunca, pero ahí esta.
Todos los recuerdos giran muy rápido en mi cabeza y ni siquiera puedo recordarlos bien, se mezclan como si fueran el mismo día, y la noche pasa entre las cinco y las siete de la tarde.
El alcohol me está matando, vivo en una resaca constante.
Sigo borracha, aunque hace días que no bebo.
En un infierno helado, rojo y negro.
Los recuerdos me hacen tanto daño que los olvido cada noche. 
Me marean, me marean y olvido como andar, me caigo y olvido hasta como respirar, los recuerdos me asfixian, no sé que hice, no sé quien soy.
Ojalá vivir matara mas rápido.
Que mis músculos no aguantan otra tormenta de recuerdos.
La canción rezuma en mi cabeza, y duele, se clava con agujas hasta el fondo, y sangro, ¿por qué esa canción, por qué tanto dolor? Y quiero vomitar el alma, y solo puedo echar el estómago.
Que impotencia, que lento se va la vida de las manos y que rápido los días.
A veces se me olvida hasta el dolor de lo que duele, y cuando suelto el aire, tiemblo y aúllo.
Si entendieras, que ni siquiera veo lo que mis ojos marrones están mirando.
Si entendieras que mi infierno es lo único que no me da miedo.
Si supieras que cada vez que intento salir me quemo aun más.
¿Por qué el infierno no puede ser un hogar?
¿Por qué duele el humo al respirar?
¿Por qué lloras?
¿Qué..?
La canción. 
Todo es por la canción.

miércoles, 22 de enero de 2014

Dulce picante dulce.

Todavía siento el dulce sabor a victoria cuando acabe con ella, y el picante que perdura en mi desde entonces.
Dulce, en la punta de la lengua y en el paladar, con escalofríos de sabor al milisegundo de que la venganza rozara mis labios. 
Y el picante, en el pecho, como el curry, una sensación que te llena, de bienestar, de fuerza, de calor interno que dura mucho tiempo. 
En mi caso el dulce duró semanas y el picante toda la vida.
Tengo que decir, que no sé que sensación me hacía mas feliz, o menos infeliz.
Y ahora, se vacía mi corazón al ritmo de sus quejidos, se me desgasta el alma al compás de sus lágrimas, se me agotan el alcohol y las ganas.
Me rompe la piel con sus balas de dolor, con sus gritos de rencor, y sus ganas de venganza me perforan los oídos, allá donde vaya su dolor, su rencor y sus ganas de venganza van conmigo.
Allá donde me esconda el recuerdo me encuentra, allá donde busque el perdón, sus ojos me explotan en la cara, allá donde intento volver a empezar, ella me adelanta.
Allá donde encuentro calma, sabe a dulce. El mismo sabor dulce y picante, con el que empezó toda mi lucha, que es una lucha interna, en la que yo solo sé huir.
No puedo decir que soy más infeliz que antes de probar ese curry achocolatado, no puedo sin mentir.
Pero todavía hay una pequeña parte de mi que piensa que fue un error, que las lágrimas no se curan con más lágrimas, que el dolor no se paga con más dolor, quien sabe, quizás haya sido todo culpa mía, quizás este enferma, quien sino podría odiar y amar tanto un sabor tan explosivo, tan exquisito, que se te derrite en los labios y que te destroza el intestino.
Hacia dónde ir.
 

El maullido de mis sueños.

Mi corazón se endurece y se ablanda según las estrellas que caigan esa noche sobre mi. 
Las vendas pobres que sujetaban mis heridas están tan empapadas que la sangre circula por toda mi piel, y las gotas hacen carreras sobre ella.
Llevo demasiadas horas despierta para un día en el que no pienso hacer absolutamente nada.
Las lágrimas se me han tatuado en la piel gracias al frío que junto a los arañazos me escuecen más que el alcohol en las heridas. 
Me agarro las entrañas mientras no respiro, como si por ese instante dejara de existir, que más quisiera yo, me araño las entrañas y no sé porqué.
Oigo los dulces maullidos de mi pequeña, y con un hilo de voz la llamo, la abrazo como si de cristal se tratara y le balbuceo al oído "tú eres todo lo que tengo, todo lo que me queda, todo". 
Ella se zafa de mis brazos y se va.
Vuelve cuando me nota calmada, concentrada en qué me dirían las perlas de sangre si me pudieran hablar.
Y mi pequeña se posa en mi estómago casi con más delicadeza con la que yo la había abrazado, con elegancia se hace un sitio y se duerme haciéndome sentir la mejor en algo en la vida, aunque solo sea ser un colchón.
Como la envidio, como desearía ser sus bigotes o su rabo, e ir danzando por los jardines en busca de algún ratón, esconderme de la lluvia y beber de sus charcos. Y nada más.
Tener los ojos tan miel, tan ámbar que al ámbar le daría envidia, y yo ni siquiera podría apreciar la belleza de mi mirada. Si supiera que en la próxima vida sería ella, lo sería sin más, diría adiós a este mundo para nacer debajo de un coche antiguo con el ruido de mis hermanos y la increíble sensación de no ver absolutamente nada de este mundo tan feo.
Como envidio a mi pequeña, sin adicciones y sin penas que curar.
El tacto de las nubes debe ser como el su pelo, que reconfortante tiene que ser no usar ninguna otra capa de piel que te cubra más que tu propia piel aterciopelada. 
Que libre, que salvaje, que sencillo, que feliz ha de ser bajo mis brazos, como desearía ser sus bigotes o su rabo e ir danzando por los jardines, por el bosque, por la vida.

La niña del corazón de fuego.

Es una historia mas antigua que el tiempo, cada página escrita ha marcado uno de mis poros hasta hacerse con cada rincón de mi piel.
No puedo creer que haya llegado el momento de contarla, porque contar una historia implica que ha tenido un final, siempre supe que llegaría este día pero nunca quise imaginármelo.
Ahora esto solo serán cuatro, o cuatrocientas páginas ilegibles, incomprensibles de una mamarracha que en su último aliento, como legado al mundo, demostrando su narcisismo quiere dejar en algún rincón esas cuatrocientas páginas llenas de garabatos y olor a whisky barato.
Esta historia es tan antigua que ni siquiera recuerdo la vida antes de ella.
Nunca había sentido tanta rabia, tanto rencor, tanto dolor, tanto odio. 
Y mi interior sigue masticándolo como un chicle enorme que se ha pegado a mi tirante alma desgastada.
***
Jamás he querido a alguien mas que aquella niña con el pelo y el corazón a juego. Con los ojos y el alma oscuros como la noche. Jamás había sentido hasta aquél día que mi vida tenía sentido, creía que iba sin rumbo, que había nacido para ser el obstáculo y la superación de otros y no, nací para salvarla.
Lo supe en cuanto me sonrío con sus labios del color de sus mejillas y una parte de mi se enterneció por primera vez en la vida, o en mi limitada memoria, así lo creí. 
Fue culpa de esa humanización, de ese enternecimiento por lo que mi historia llegó a tener un final, porque poco a poco cada vez fui aprendiendo a querer, y elegí querer a ese anochecer eterno que era ella, y por eso la he querido, la quiero tanto, porque veo la luna en sus ojos por el día y ni siquiera necesito beber.
Noto a mi cerebro sonreír, es como si hubiera nacido de mis entrañas, de mis sueños, de mis temores, de mis poesías. Como si alguien hubiera leído mis poesías, y la hubiera creado a su semejanza.
Aquella niña, era solo una niña asustada, que me necesitaba como nunca nadie me había necesitado.
Qué se le va a hacer, mi egoísmo siempre se ha apoderado de mi, y solo quería que me necesitaran, y ella nunca dio un paso sin preguntarme.
Yo era todo lo que ella tenía, y pronto ella fue todo lo que yo quería tener.