Mi corazón va tan rápido como puede, y mis ojos se paralizan al ver la luz del fuego dentro de su pozo negro.
Corro, y no diré como una gacela asustada sino como un humano perdido.
Los ojos me lloran y mis pulmones empiezan a llenarse de humo, me quema mas que cualquier cigarro, me agarro a los árboles carbonizándose, los araño como si así olvidará mi dolor.
Y corro entre las cenizas de mi bosque con los ojos cerrados para no ver el miedo y entonces me paro y ahí esta él.
Escondido como una sombra de mi propia oscuridad, intentando hacerme ver la sangre y el rencor que emana el bosque negro. Andamos en círculos rodeándonos y alejándonos por momentos, intentando leernos las mentes con los ojos llenos de odio, rencor y temor.
Y él cree haber leído que mi oscuridad me gana y se acerca a mi cabizalto pero con el orgullo muy abajo.
Y no dice nada porque sus palabras saben a barro y mentiras y él lo sabe.
Que mis heridas duelen menos que sus besos, que mi espada corta menos que su lengua.
Mi cuerpo está tan rígido que me creo roca entre hojas quemadas.
Y él se acerca lentamente como cuando yo me acercaba para cazar una pobre bestia. Me aparta el pelo sucio de la cara y me limpia con aspereza la mirada, como quien quita la piel a su conejo antes de comérselo. Y me besa con la misma fuerza que el fuego quema su tierna carne, y nos hacemos fuego mientras el fuego nos consume y nos llenamos de humo mientras el humo se hace con el bosque. Y nos perdemos para siempre convirtiéndonos en cenizas, formándo parte de aquél cuadro.
Como ciervos asustados y sedientos de sangre, olvidando lo que un día nos hicimos porque cuando solo quedan cenizas de la vida lo único que quieres es que se reavive el fuego.
Y no queremos llorar como si nos hubieran ganado o como si hubieran perdido.
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