Todos tenemos algún secreto, hay muchos tipo de secretos...

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jueves, 14 de noviembre de 2013

El bosque salvaje solo era una parte del todo.

Recogí del pozo las últimas fuerzas que me quedaban.
Absorbí de la botella el coraje que me faltaba.
Y miraba a la Luna cada vez que necesitaba ayuda.
Fui corriendo.
El bosque me tragó como un gigante.
Cuando quise pensar en lo que estaba haciendo ya era demasiado tarde.
Las enredaderas se interponían entre mis tobillos e iba dando saltos para no pisar las trampas de los cazadores.
Los árboles se llevaban trozos de mi chaqueta de cuero y de mi piel, saltaba de una roca a otra a trompicones intentando inútilmente no caerme mil y una vez, pero siempre me levantaba, nunca cesé de correr, y mientras la sangre seca se hacía parte de mi atuendo y manchaba mi color de pelo yo saboreaba su sangre en mis labios, o quizás fuera todavía la mía, y cuando llegué al principio de la cueva, del palacio, del escondite, me arrodillé al suelo jadeante y empezó a llover.
Me quedé en suelo abriendo la boca llena de sangre y sedienta al cielo, intentando que esas miles de gotas que me hacían erizar la piel cayeran en mi boca en vano.
Busqué a ciegas con los dedos algo de comer, y entre la hierba y el barro no puedo saber qué es lo que se movió lentamente en mi paladar. Asqueroso, pero mi tripa rugía como un león.
Me tapé las heridas con barro, y quise quedarme allí a dormir, pero por miedo, miedo a perder. A haber luchado tanto para rendirme, me alcé, con las piernas temblando. 
Temblando de frío, de rabia y de expectación.
No hay mucho que contar, me metí sin pensarlo mucho en la cueva, mirando por última vez la bella Luna llena, que me dio un respiro a mi corazón, mirando la lluvia caer por todo el bosque.
Como si el gigante ya hubiera terminado conmigo y yo fuera directa a su váter.
Ya sabes el resto, las luces se encendieron de repente cegándome, y cegaron mucho mas que mis ojos, cegaron mi pensamiento, mi razón y mi corazón.
Corrí como un gato asustado, como Bambi el día del incendio, sin saber cual era el camino, tengo que admitir,
que volví a tener miedo, porque me sentí cobarde. Quise huir. Huir de los cazadores y del fuego y dejar a la madre de Bambi a su suerte, sabiendo que eso era como dejarla morir.

Doy gracias todos los días, de que una vez en mi vida, el karma me devolvió lo que era mío, y me dio la suerte que en esos momentos tanto necesitábamos.
Tu para que te salvaran.
Y yo para salvarme.
Al final mereció la pena adentrarme en el bosque.

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