Todos tenemos algún secreto, hay muchos tipo de secretos...

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jueves, 15 de septiembre de 2011

La belleza melancólica.

Había sido un día duro, como todos los malditos días, de esa maldita semana. Ella todavía no lo sabe, pero aquel día me había ido de casa, otra vez. Había dejado que mis pies tomaran la decisión de a dónde ir, y no recuerdo bien en que parte de esta pequeña ciudad estaba, pero recuerdo bien que veía la inmensidad del mar frente a mi, y unos reflejos plateados de la luna menguante que empezaba a salir, todo estaba teñido del color del atardecer, y veía en el mar unas pequeñas sombras que iban de aquí para allá sin rumbo fijo. Me acuerdo de que capto toda mi atención una medusa gigantesca, casi invisible y estuve un preocupante tiempo observándola completamente absorta. Cuando la vi, lo primero que vi fueron sus ojos azules y tristes, que quizás me cautivaron porque me recordaban al mar porque el que durante generaciones mi familia había estado luchando, y al cielo por el que toda mi vida he estado observando mientras soñaba despierta. Y me tranquilice al momento, al saber que podría ver el cielo y el mar todas las veces que fuera necesario. Quizás fue también esos ojos tristes que me recordaban que es la expresión que siempre evito tener, pero que no siempre consigo, pero que a ella le daba una belleza melancólica. Supe que me sonreiría como sino pasara nada, porque es exactamente lo que haría yo. Estuve un tiempo soñando despierta que ella había venido por fin, alguien que me entendiera, y que me necesitará como yo necesito sus tristes y azules ojos. Y desde ese momento no he dejado de pensar, que aunque todavía no lo sepa, un trocito de mí es igual que un trocito de ella.
Cuando la vi, supe que debería estar con ella, todo el tiempo que me lo pidiera el corazón.

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